Él soñaba con el mar, los ríos y la marea, aunque nunca había navegado. Creía en el susurro de las olas, y en el infinito de sus historias. Su mundo interior era vasto, pero lo mantenía contenido, como un océano bajo el hielo.
Ella soñaba con aire; sin rumbo como viento en la piel, como danza de hojas con la corriente. Soñaba con volar sobre lejanos horizontes y lugares por descubrir.
Ambos eran custodios de su verdadero ser, que dormitaba en las profundidades del alma, tan visible como escondido; expuesto a una mirada diferente.
Se encontraron por casualidad, encontrando el refugio perfecto de dos mentes inquietas, en el ulular del viento sobre el mar. Ninguno esperaba encontrarse; La conversación fue fácil, sencilla, sincera… extrañamente familiar. Él le contó sus sueños, ella le mostró sus alas. Ella aprendió a escuchar las historias del agua, él se atrevió a correr con el viento.
No se prometieron nada, no hacía falta; el nexo, el agua y el viento se mezcló, con sinonimia perfecta en lo más profundo de su ser; con chispa; con significado; con pensamiento. Y así nació el universo.
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